Sandra Ezquerra
Profesora de sociología de la Universitat de Vic
Profesora de sociología de la Universitat de Vic
Hace un tiempo ya que desde la izquierda venimos reivindicando la importancia de batallar las palabras y los conceptos, particularmente aquéllos que la derecha se ha apropiado vaciándolos de contenido o bien malversándolos de forma sibilina hasta el punto de hacernos renunciar a ellos. Algunos ejemplos de los primeros serían el término “sostenibilidad” o “gobernanza” y del segundo mi favorito: la “vida” y su férrea defensa. Hace unos meses escribí sobre la necesidad de reivindicar, ante las intenciones del gobierno del Partido Popular de reabrir el debate sobre el aborto, la denominación de “pro-vida” desde el feminismo, y exponía una serie de razones por las que las feministas y personas defensoras de la libertad de elección de las mujeres preciamos en realidad la vida de manera más consistente, constante, leal y genuina que el ministro Gallardón y sus compadres anti-elección. Hoy vuelvo a reivindicar palabras secuestradas y empiezo esta carta apelando a la buena Fe (que no fe de la buena) de todos aquellos hombres que creen en el derecho de las mujeres a decidir sobre todos los aspectos que conciernen a nuestro cuerpo y consideran la interrupción voluntaria del embarazo como un asunto de libertades y no de código penal.
Estimados hombres de buena fe,
Espero, antes que nada, que el apelativo utilizado en esta carta no les ofenda ni confunda. Entiendo por hombres de buena fe a todos aquéllos que quieren, y creen que es posible, hacer del mundo un lugar mejor. Ello pasa por, entre muchas otras cosas, garantizar la igualdad efectiva de derechos entre hombres y mujeres. También pasa por evitar que las mujeres, así como nuestros cuerpos, nuestros sueños y nuestras vidas, continúen siendo escudriñados tanto por aquellos que no ven problema alguno en tocarnos el culo al cruzarse con nosotras por la calle como por los que intentan teledirigir nuestro útero desde un púlpito o una tribuna.
Tras haberlo sopesado cuidadosamente, me pongo en contacto con ustedes para compartir mi honda preocupación por el anteproyecto de ley del aborto cuyo contenido el ministro de justicia hizo público el 20 de diciembre y el cual, de salir adelante, conllevaría uno de los mayores retrocesos que las mujeres hemos vivido en nuestros derechos y en nuestra dignidad desde la mal llamada Transición. No dudo que estarán al corriente, como tampoco dudo que entenderán mi profundo desasosiego, pero les escribo estas líneas para plantearles la cuestión no como algo que ataña exclusivamente a las mujeres sino como algo que resulta de enorme importancia para cualquier sociedad que guste llamarse libre o democrática.
No entraré en exponer ni analizar el anteproyecto, cuyo preocupante contenido estoy segura que de sobras conocen. Si que querría, no obstante, hablarles del importante papel que a mi parecer pueden (y deben) tener para detenerlo. Es esta carta, pues, un reclamo de complicidad y de apoyo.
Ustedes y yo sabemos que ni el derecho de las mujeres a decidir sobre nuestro cuerpo ni otras reivindicaciones feministas han gozado hasta el momento de un lugar central en las preocupaciones de los hombres de buena fe. Las protestas del último año contra la reforma anunciada por el Partido Popular no sólo han contado con pocos de ustedes entre sus filas sino que tampoco han figurado en los listones más altos de las prioridades políticas de organizaciones ni movimientos. La izquierda, y particularmente sus hombres, no han sabido o querido hacer suya la batalla por el derecho a decidir de las mujeres, y se han limitado en la mayoría de los casos a acompañarla desde la distancia y la distracción. En aras de la justicia reconozco que en los últimos años no nos han faltado precisamente razones para salir a la calle y ello puede haber contribuido a una cierta fragmentación de los mensajes, pero para ser justos también cabría no olvidar que antes de que estallara esta crisis el panorama no era mucho mejor. Sin embargo, no me propongo con estas líneas realizar reproches estériles o culpabilizaciones fútiles.
Lo que pretendo decirles es que todavía estamos, están, a tiempo. Nunca es tarde si la fe es buena. Y es por ello que les hago llegar dos peticiones. En primer lugar, les suplico, les pido, les exijo, que se tomen la reaccionaria reforma del Partido Popular muy en serio y que actúen en consecuencia. Con lo que hay en juego en estos momentos, no debería haber desayuno compartido, manifestación convocada, movilización organizada, huelga general mencionada e incluso moción de censura susurrada que no se encuentre estrechamente vinculada con la embestida que los derechos de las mujeres están recibiendo en estos momentos en el Estado español. De la misma manera que el racismo no será erradicado hasta que las y los blancos estemos dispuestos a dar un contundente paso adelante, de la misma manera que la ley de extranjería no será suprimida hasta que la población autóctona se posicione al lado de las y los inmigrantes que sufren su maltrato y violencia institucional, las mujeres necesitamos que los hombres hagan suya nuestra lucha: por compañeras, por hermanas, por amigas, pero sobre todo por sentido común y coherencia.
Mi segunda petición quizás resulte algo más osada. Como saben el señor Gallardón se vanagloria de estar a punto de retirar a las mujeres como sujeto punible de la criminalización del aborto y, a cambio, cualquier otra persona implicada directa o indirectamente en su realización se verá castigada. Hace unos años, miles de mujeres en todo el Estado español se autoinculparon de haber realizado un aborto y un número de hombres las secundaron aduciendo que habían apoyado a alguna a hacerlo. El objetivo entonces fue mostrar rechazo hacia los ataques de la extrema derecha sobre mujeres y profesionales de la salud, así como visibilizar la vulnerabilidad a la que nos condenaba la legislación del 85.
Como parece ser que con el actual anteproyecto las mujeres nos convertiríamos en pobres víctimas inconscientes ante las maldades de las clínicas abortistas y allegados, quizás no tendría mucho sentido que en estos momentos realizáramos la misma campaña. Sin embargo, se me ha ocurrido una idea, y aquí es donde entran ustedes: a pesar de que el señor ministro no ha explicitado aún quién compondrá el círculo de los punibles, imagino que éste podría incluir a novios, maridos, hermanos, primos, amigos, vecinos, celadores, enfermeros, médicos, taxistas, ambulancieros, padres, abuelos, hijos, suegros y un larguísimo etcétera. ¿No sería entonces impresionante que, en respuesta, todos los hombres de buena fe realizaran una masiva campaña de autoinculpación y desobediencia para dejarle bien claro a los señores Gallardón y Rajoy que su (contra)reforma es absolutamente inaceptable? ¿Para que el señor Rouco aprenda de una vez por todas que con los derechos de las mujeres no se juega? Nosotras ya estamos librando la batalla pero será mucho más fácil ganarla si no la libramos solas.
Me emociono al imaginar los titulares: “decenas de juzgados en todo el Estado español colapsados por miles de autoinculpaciones de hombres partícipes en abortos”; “Huelga ciudadana convocada para paralizar la reforma del aborto de Gallardón”, “los sindicatos declaran paro indefinido hasta que Gallardón retire su anteproyecto contra las mujeres y dimita”, “el feminismo no está solo”, “el feminismo se extiende”, “los hombres de este país se niegan a que el gobierno controle el cuerpo de las mujeres”, “los movimientos sociales rodean el congreso para paralizar la nueva norma del aborto”.
Con esto les dejo. Deseándoles un buen año que justo empieza, esperando que mi atrevimiento no les haya importunado y rogándoles que consideren detenidamente. No les habría molestado si no lo considerara realmente importante. Piénsenlo, por favor, y a ver si uniéndonos no sólo les arrebatamos el monopolio de las palabras sino, de paso, empezamos a repensar cómo trabajamos juntos para echarlos a ellos, finalmente y de verdad.
De verdad de la buena. Esta vez sí.