Augusto Klappenbach
Filósofo
El general de división en la reserva Juan Antonio Chicharro proclamó
en un discurso pronunciado en el club de la Gran Peña la siguiente
soflama: “El patriotismo es un sentimiento y la Constitución no es más
que una ley”. El general tiene razón. Es evidente que el patriotismo es
de naturaleza emotiva y que la Constitución, por el contrario, se limita
a formular un marco jurídico que establece los principios a los que
debe ajustarse la legislación vigente. Lo perverso de su proclama
consiste en la conclusión que saca de esa verdad: “La patria es anterior
y más importante que la democracia”. Es decir, si lo entiendo bien, que
un sentimiento se permite situarse por encima de la ley. Si
extrapolamos las consecuencias de esta afirmación, habría que suponer
que sentimientos tales como la ira o la pasión erótica gozan de mayor
dignidad que las leyes que los regulan. Una idea que cuenta con
antecedentes históricos, como la famosa frase de Cánovas del Castillo.
“con la patria se está, con razón o sin ella”.
Esta exaltación de los sentimientos constituye la raíz ideológica del
fascismo. La mentalidad fascista se basa en la exaltación emotiva de
conceptos como la patria, el honor, el pueblo, la religión etc.,
exaltación que se traslada a la persona del líder, indispensable para
coronar su doctrina. Frente a estos valores absolutos, las leyes cumplen
un papel subsidiario en la medida en que encarnan acuerdos racionales y
por lo tanto carentes de esa supuesta grandeza de que gozan sus ideas
fundacionales. Los supuestos de la ideología fascista prefieren siempre
valores irracionales, emociones ciegas que permiten un manejo
discrecional de la conducta, sin otros límites que aquellos que imponga
un líder que no está sujeto a los fastidiosos límites de la ley.
Esas emociones del fascismo siempre tienen un carácter abstracto. La
idea fascista de patriotismo, por ejemplo, no se refiere a los legítimos
sentimientos que provoca nuestra vinculación al lugar en que hemos
nacido, al recuerdo de nuestra infancia, a los familiares y amigos que
viven en ella, sino que constituye una idea hipostasiada, una realidad
que cobra vida propia y que es capaz de exigir el sacrificio de las
personas reales que la habitan. Lo mismo sucede con conceptos como el de
pueblo, que ha sido despojado de su carácter concreto, de las
diferencias que incluye y de la variedad de quienes lo integran, para
convertirse en una masa indiferenciada a la que se atribuye una “unidad
de destino” fabricada a medida de los intereses del líder que encarna su
doctrina.
Por eso el fascismo abomina de la universalidad y de la racionalidad
para refugiarse en un concepto de patria construido a la medida de
aquello que puede abarcar su voluntad de dominio.El racismo, el
machismo, la xenofobia no son accidentes sino elementos constitutivos de
la ideología fascista. Pertenece a su esencia el desprecio de la razón,
única “facultad de lo universal” de que gozamos los humanos y única
garantía de que somos capaces de respetar nuestras diferencias sin
someterlas a una violenta nivelación. Cuando los viejos griegos
inventaron el logos descubrieron un instrumento mediante el cual
los hombres eran capaces de compartir un terreno común más allá de sus
diferencias empíricas o emotivas. La primacía de la ley constituye la
única garantía de que seres humanos muy diversos puedan convivir en paz,
en la medida en que renuncian a convertir sus propios sentimientos en
criterios universales.
Al general Chicharro se le podrán atribuir muchos defectos menos el
de incoherencia. Su discurso refleja fielmente los dogmas de la doctrina
fascista: la unidad de España, tal como ellos la entienden, está por
encima de todos los españoles de carne y hueso. Y, por supuesto, de sus
leyes.
Público
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