por Serge Halimi
El poder financiero mundial y la Unión Europea han implementado, a su 
modo, la “doctrina de la soberanía limitada” en Grecia e Italia, al 
colocar a tecnócratas a su servicio al frente de los gobiernos.
Jugando con la amenaza de la quiebra y 
el miedo al caos, dos ex banqueros, Lucas Papademos y Mario Monti, 
acaban de tomar el poder en Atenas y en Roma. No son “técnicos” 
apolíticos, sino hombres de derecha, miembros de la comisión trilateral 
conocida por haber denunciado el exceso de democracia en las sociedades 
occidentales.
En noviembre pasado, el “directorio” 
franco-alemán de la Unión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) y el 
Fondo Monetario Internacional (FMI) –la “troika”– manifestó su cólera 
cuando el primer ministro griego Yorgos Papandreu anunció la puesta en 
marcha de un referéndum en su país. Según ellos, la iniciativa 
cuestionaba un acuerdo que había sido cerrado un mes antes y que preveía
 un nuevo endurecimiento de la política económica que había castigado a 
Grecia. Papandreu –convocado a Cannes entre dos reuniones de una cumbre 
en la cual su país, demasiado pequeño, no participaba, condenado a la 
sala de espera, reprendido públicamente por Angela Merkel y Nicolas 
Sarkozy, que sin embargo son corresponsables del agravamiento de la 
crisis tuvo que renunciar a su referéndum y dimitir. Su sucesor, un ex 
vicepresidente del BCE, prefirió ampliar inmediatamente el gobierno de 
Atenas e incluir a una formación de extrema derecha que había estado 
proscripta del poder desde la caída de los coroneles griegos, en 1974. 
La “troika” no manifestó ninguna emoción en particular.
El proyecto europeo debía garantizar la 
prosperidad, alentar la democracia en los Estados que antaño eran 
gobernados por juntas militares (Grecia, España, Portugal) y neutralizar
 los “nacionalismos que promueven la guerra”. En cambio, hace todo lo 
contrario: purgas intensificadas, gobiernos transformados en marionetas 
de los operadores de la Bolsa, surgimiento de animosidades entre pueblos
 del Viejo Continente. “No podemos seguir siendo los esclavos de 
Alemania”, se indigna un joven español que no quiere tener que exiliarse
 en Berlín o en Hamburgo para conseguir trabajo. Los italianos se 
ofuscaron sobre todo con la arrogancia del presidente francés y se 
preguntaron, legítimamente, qué talento particular podía justificarla. 
Por su parte, algunos griegos ya están denunciando la toma de su país 
por parte de “fuerzas de ocupación”; hasta hay caricaturas que 
representan a la canciller alemana como una oficial nazi…
En cuanto a los pueblos martirizados por
 las políticas de austeridad, la historia de Europa tiene para 
ofrecerles una amplia selección de analogías abusivas. Pero lo cierto es
 que, salvando las distancias, los últimos acontecimientos de Atenas 
recuerdan el verano de 1968 en Checoslovaquia, el sofocamiento de la 
“primavera de Praga” y la expulsión del dirigente comunista Alexandre 
Dubcek. La “troika” que acaba de transformar Grecia en un protectorado 
desempeñó el papel que antaño le tocó al Pacto de Varsovia; Papandreu, 
el de Dubcek si Dubcek nunca se hubiera atrevido a resistir. En ambos 
casos, se implementó una doctrina de la “soberanía limitada” de la cual 
puede decirse que es menos mortífera, en lo inmediato, cuando tres 
agencias de calificación dictan sus parámetros que cuando los tanques 
soviéticos patrullan sus fronteras.
Después de haber hundido a Grecia y 
pisoteado a Italia, la Unión Europea y el FMI ahora vuelven su mirada 
hacia Hungría y España.
*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Mariana Saúl
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