Marcos Roitman Rosenmann
10 de enero de 2012
Apoco de andar el 
siglo XXI, las pistas son esclarecedoras. Ya nadie se llama a engaño. La
 crisis ha sido una buena excusa para desarticular el pobre Estado de 
bienestar que acompañó el llamado milagro español, que –todo hay que 
decirlo–, era más paternalista que afincado en políticas keynesianas de 
redistribución de la renta y pleno empleo. Su origen lo encontramos en 
los gobiernos tecnócratas, conocidos popularmente como gobiernos del 
Opus Dei. Fue el momento de la modernización del franquismo. No será la 
vieja guardia franquista quien se siente en los consejos de ministros a 
partir de fines de los cincuenta del siglo XX. La nueva camada del 
franquismo muta hasta hacer imperceptible la ideología fascista que la 
precedía. Muchos de sus cachorros no compartían sus aspectos más 
repulsivos, la tortura y represión. Con un discurso ambiguo, a la muerte
 del dictador, 1975, son quienes dan vida a reforma política. Ya nada se
 les resistía. Franquistas de corazón, crearon una realidad ficticia 
para impedir la ruptura democrática. Su estrategia fue señalar la 
existencia de un búnker político donde se agazapaba el franquismo y cuyo
 poder radicaba en el control sobre las fuerzas armadas creadas por la 
dictadura fascista. Identificado el enemigo, el resto eran aliados y 
compañeros de viaje en la transición. Lo inteligente, para evitar un 
golpe de Estado, era aislar a la oligarquía política y apoyar a la 
burguesía reformista. Cualquier otra opción estaba fuera de lugar. El 
capital financiero e industrial brindó su apoyo y financió la aventura 
política, en esa época agrupados en la Trilateral. Así surge el 
periódico El País, dirigido por Juan Luis Cebrián, franquista 
pragmático de última generación. Los gobiernos de Adolfo Suárez contaron
 con sus parabienes. Cuando ganó el PSOE, en octubre de 1982 
–recuérdese, tras el golpe de Estado apoyado desde la Casa Real, 
conocido como la operación De Gaulle–, se ratificaron los 
acuerdos con el Vaticano, se renunció a la reforma agraria, tanto como a
 una restructuración del sistema universitario y educacional, cuestión 
que sigue pendiente en pleno siglo XXI y, lo más destacado, se dio el 
visto bueno a la OTAN y la CEE.
popular, será la suma de socialcristianos, democristianos, liberales, conservadores, falangistas y franquistas. Su aparición busca atraer a las nuevas generaciones de la derecha española. Es el llamado peregrinaje al centro. Tras años en la oposición, el mal hacer de los últimos gobiernos de Felipe González y el PSOE, con los escándalos financieros, los GAL y la corrupción, facilitó su llegada al gobierno de la nación; corría el año 1996.
José María Aznar, político gris, se transformaría en el primer presidente de gobierno de la derecha posfranquista. Su llegada no alteró el itinerario diseñado por los grupos económicos y empresariales. Todo marchaba según lo previsto. Los cambios introducidos estaban a tono con los tiempos. Privatizaciones, desregulación y reforma del mercado laboral. La profundización de la receta neoliberal, impulsada en tiempos del PSOE, supuso un aumento de la conflictividad social y varias huelgas generales. Pero nada debutó la máquina. Haciendo oídos sordos, los políticos continuaron el itinerario marcado por el capital financiero, cuyo costo fue el recorte de derechos sociales, políticos y económicos de las clases trabajadoras.
Bajo la última etapa expansiva del capitalismo central, las 
reformas neoliberales se justificaron como necesarias para no perder el 
tren del progreso. Aznar se vanagloriaba de ser el alumno más listo de 
la clase, cumplía a rajatabla los designios del G-7, el Banco Mundial y 
el Fondo Monetario Internacional. Los empresarios, contentos, y la clase
 política obtenía matrículas de honor. Nadie se planteó quién era el 
profesor y cuál el plan de estudio. Aznar, alumno modelo, no formaba 
parte del claustro de profesores. Ni sus deseos de figurar y sentirse 
protagonista durante la segunda guerra del Golfo cambiaron su estatus; 
siguió siendo un alumno sumiso. Al final de su etapa, la burbuja 
financiera e inmobiliaria que sostenía la endeble economía española 
campaba a sus anchas. Crecía sin oposición alguna. La banca Sachs se 
frotaba las manos. Con la entrada de José Luis Rodríguez Zapatero, en 
2004, las grandes empresas trasnacionales, clientes de Goldman Sachs, 
terminan por actuar bajo sus principios. En Estados Unidos Goldman Sachs
 ya gobernaba. La crisis la hizo más grande. En medio de la algarabía de
 las hipotecas basura y las primas de riesgo, pasaron a la ofensiva. Era
 el momento de invertir la relación entre poder económico y el político.
 Ahora serían ellos quienes asumieran directamente el poder formal. Sus 
asesores y empleados pasarían a ser secretarios de gobierno, ministros, 
diputados, etcétera. Los parlamentos se transforman en comparsas y 
bailan a ritmo de Telefónica, Repsol, Iberdrola, BBVA, Santander y su 
valedor Goldman Sachs.
Nada más comenzar la recesión en España comenzaron a dar órdenes un gobierno débil y sin personalidad. Las reformas laboral y de pensiones, junto al despido libre y el trabajo basura se imponen sin rechistar. El triunfo del Partido Popular encumbra a un partido dependiente del Banco Central Europeo y la dupla Merkel, Sarkozy a Mariano Rajoy, otro alumno modélico, como inquilino de La Moncloa. Y para que no queden dudas de quién gobierna en España, nombrará a un asesor de Goldman Sachs como ministro de Economía. Y como señala el manual del banco, el ascenso de sus empleados
Nada más comenzar la recesión en España comenzaron a dar órdenes un gobierno débil y sin personalidad. Las reformas laboral y de pensiones, junto al despido libre y el trabajo basura se imponen sin rechistar. El triunfo del Partido Popular encumbra a un partido dependiente del Banco Central Europeo y la dupla Merkel, Sarkozy a Mariano Rajoy, otro alumno modélico, como inquilino de La Moncloa. Y para que no queden dudas de quién gobierna en España, nombrará a un asesor de Goldman Sachs como ministro de Economía. Y como señala el manual del banco, el ascenso de sus empleados
depende sólo de su capacidad del rendimiento y de la contribución al éxito de la empresa... No hay sitio entre nosotros para los que anteponen sus propios intereses a los de la firma... El lucro es importante para nuestro porvenir. Ya sabemos quién manda en España: Goldman Sachs, conocido bajo el apodo genérico de
los mercados. Corren malos tiempos para la ética política.
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