En cuanto alguien comprende que obedecer leyes injustas es contrario a su dignidad de hombre, ninguna tiranía puede dominarle. Gandhi.


martes, 12 de mayo de 2009

Hijos del Winnipeg recuerdan desde el exilio en JORNADA 48 HRS. POR LA LEY DE ASILO


11 mayo de 2009

por Emilio Leighton V. / La Nación

En septiembre se cumplen 70 años de la llegada del vapor francés

Hijos del Winnipeg recuerdan desde el exilio

Siete décadas después de la llegada a Valparaíso de más de 2.500
refugiados de la guerra civil española, el barco que alquiló Pablo
Neruda en Burdeos se mantiene más vivo que nunca, especialmente en el
corazón de los hijos chilenos de los asilados republicanos que
tuvieron que sufrir también el destierro por parte de la dictadura de
Pinochet.

"Nunca me tocó presenciar abrazos, sollozos de dramatismo tan
delirantes. El Winnipeg fue lo más importante que hice en mi vida",
exclamó Pablo Neruda al ver cómo, uno a uno, bajaban del barco los dos
mil 500 españoles que habían logrado salir de los campos de
concentración creados por Francia en la frontera con España, tras una
guerra fraticida que preveía la victoria del bando nacionalista sobre
un caótico gobierno republicano.

A cuatro meses de cumplirse 70 años de la llegada a Chile del
"Winnipeg, el barco de la esperanza", los hijos de estos españoles
-pescadores, artesanos, agricultores, obreros, zapateros e
intelectuales-, que se instalaron en la sociedad nacional y aportaron
una riqueza inmensa para el desarrollo del país desde el punto de
vista intelectual, social y económico, se reunieron en Madrid para
decir "No" a la nueva ley de asilo que tramita el Gobierno de España,
y que endurecerá los petitorios de los perseguidos en sus países.

Todos rondan los 50 o 60 años. Se llaman compañeros y compañeras.
Tienen sangre española y chilena y, por caprichos del destino, han
tenido que sufrir el mismo destierro que sus padres: huir de la
barbarie autoritaria. Son el ADN del vapor Winnipeg, el barco francés
que Pablo Neruda, con ayuda del Gobierno de Pedro Aguirre Cerda,
alquiló en Burdeos, en el puerto de Trompeloup-Pauillac, y que zarpó
el 4 de agosto de 1939, llegando a Valparaíso un mes más tarde.

Y el seminario "48 horas por el Derecho de asilo", organizado por
Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) en el barrio
Universitario de Madrid, les permitió a estos chilenos-españoles
recordar lo importante que es el asilo contra la opresión.

"Han vivido un segundo exilio muchos de los hijos de españoles
republicanos que llegaron a Chile. Nosotros somos otra generación que
se tuvo que esparcir, por obligación, de nuevo", señala Ana María
Flores, perseguida por la dictadura de Pinochet y presidenta de la
Asociación Hispano-Chilena Winnipeg.

"En España se está discutiendo una modificación de la ley de asilo que
resulta bastante restrictiva y absurda, con pérdidas de garantías y
derechos para la actuación diplomática, donde habrá listas negras de
países y donde el Ministerio del Interior discriminará según el nivel
de la inmigración. Por eso, es elemental recordar nuestra situación y
lo esencial que es el derecho a asilo", continúa Flores.

Al encuentro llega una veintena de exiliados que, con pasión,
defienden también el rescate de la memoria histórica. "Somos exiliados
en todos lados. Chile, ahora, no es el país que dejamos en 1973. Pero
seguimos echando de menos el olor a mar, la comida, nuestros amigos",
añora Fernando Llagaria, presidente de la Casa de Chile de Valencia.

La verdad es que la Asociación Winnipeg es lo más parecido a una
familia: apenas se juntan comienzan a hablar del Café Coppelia o el
Café Miraflores, o a revivir sus anécdotas en el país que les vio
nacer.

Neruda se moviliza

A comienzos de 1939, mientras Neruda está trabajando en Isla Negra, en
el "Canto general", recibe una carta de su amigo, el poeta Rafael
Alberti, quien le informa de los problemas que tienen los civiles
partidarios de la República para escapar de la avanzada nacionalista.
Neruda vislumbra la pronta caída de la capital española y pide ayuda a
Aguirre Cerda. El poeta es nombrado cónsul especial para la
Inmigración y se funde en un duro trabajo de oficina en París,
recortando fotos para pasaportes y recogiendo cientos de solicitudes
de refugiados para poder ir a Chile.

Finalmente, el vapor, con capacidad para 200 pasajeros, zarpa de
Burdeos con 2.500 personas a bordo. La disciplina se cumple a
rajatabla. Cada uno tiene unas tareas. Se divierten cantando, riendo y
montando obras de teatro. Pero todos están nerviosos, el mar esta
infestado de submarinos alemanes. El 15 de agosto cruzan por fin el
canal de Panamá y llegan al puerto en la madrugada del 3 de
septiembre.

Los primeros refugiados en bajar gritan: ¡Viva Chile! Y lo primero que
escuchan de los chilenos que esperan al barco es: "Mira gallo, la
cabra que lleva ése". El recuerdo, entre risas, es de Marta Baldín,
cuyo padre David, era parte de la tripulación.

Matilde Martín agrega que su padre, Isidoro, solía valorar la acogida
de los chilenos. Primero en el Muelle Prat de Valparaíso, apenas
llegaron, y luego en la Estación Mapocho, donde recibieron homenajes y
fiestas. "La gente fue muy solidaria con nuestros padres. Organizaban
rifas, kermeses y obras teatrales para darles dinero a los
republicanos", señala.

Asiente Fernando Llagaria. Su padre, José, nunca olvidó la ayuda
chilena: "Hubo colectas en todas las regiones para ayudar a los recién
llegados y eso mi padre nunca lo borró de su mente".

El pasado vuelve a la familia

Las canciones de la guerra civil española fueron un potente estímulo
para quienes apoyaban la llegada de la Unidad Popular a La Moneda.
Muchas, como "Venceremos" o "No pasarán", se basaban en los poemas del
poeta y amigo de Neruda, Federico García Lorca.

"Nunca salí de Chile, pese a la violencia de la dictadura, porque vi
lo traumático que fue para mis padres el exilio desde España", dice la
periodista Manola Robles, encargada de prensa de la embajada y también
hija de refugiado. "Fue tan desgarrador porque los españoles son muy
regionalistas, ellos se definen como catalanes, asturianos o gallegos,
etcétera. Para un español estar exiliado es muy duro. En mi casa sólo
se hacía comida española, muy poca comida chilena", añade.

También sabe Jorge Martín lo duro que es el exilio, especialmente
porque fue torturado por los agentes de la dictadura. Sufrió igual que
su padre, Isidoro, un zapatero de la ciudad de Toledo que luchó en la
guerra civil. Aunque lo más doloroso para él es no poder volver a
Chile: "Somos más de cien chilenos que no podemos volver, algunos
porque tienen penas de extrañamiento y otros porque fueron
protagonistas de la fuga del 29 de enero de 1990, en los últimos días
de la dictadura, desde la cárcel pública de Santiago. Creo que la
Concertación está en deuda con nosotros, no somos terroristas ni hemos
hecho nada malo en Chile"

El tema de la guerra civil sigue siendo para ellos el punto de partida
de muchas conversaciones, como atestigua su hermana Matilde Martín.
"Yo creo que es muy importante la memoria histórica para que esta
situación traumática no vuelva a ocurrir. Mi padre se sentaba en su
sillón y nos contaba de lo duro de la guerra, como los campos de
concentración en Francia, donde se tenía que tapar con arena para
resistir el frío. Si él hubiese estado vivo para el golpe de Estado
habría sido terrible para él", cuenta.

El sufrimiento une a las familias. Este es el caso de Manuel Foncilla
y Ana María Flores, quienes debieron soportar el exilio, la tortura y
el secuestro de una hija en 1973. El padre de Manuel, Ramón, ya sabía
lo que era el exilio, el dolor de una guerra y visualizó la catástrofe
del 11-S. "Mi padre al saber los primeros informes de las votaciones
del ’69, que no daban ganador a Salvador Allende, apagó la televisión
y la radio. Todos lo apoyábamos y nos aprestábamos a ir a la FECh a
esperar los resultados. Cuando le contamos que había ganado Allende,
hubo tal alegría que nos quedamos en la casa a celebrar y mi padre
dijo: ‘Mañana mismo me hago chileno’, aunque se olía que podía pasar
lo mismo que vivió en el ’39", recuerda Foncilla.

El Winnipeg de Neruda acabó siendo una nueva oportunidad de vida para
los refugiados, pero también un aporte para Chile. Fue un puente que
trajo sabiduría y lucha, que llenó de riqueza humana al país con
ciudadanos como los pintores José Balmes y Roser Bru; el profesor y
diseñador gráfico, Mauricio Amster; el ya desaparecido historiador,
Leopoldo Castedo; el periodista deportivo, Isidro Corbinos o los tres
hermanos Pey: Raúl, Víctor (ingenieros) y Diana (música), entre otros
más de dos mil hombres y mujeres que no alcanzamos a nombrar acá.

Sin embargo, lo más importante es que el barco vapor de Neruda
transformó a Chile en una tierra libre que sigue acogiendo a todos los
perseguidos y refugiados políticos sin importar su tendencia política,
y transformó, definitivamente, al poeta en el hijo que España siempre
recuerda con cariño y respeto. LN

Historia de los 17 asilados republicanos en la embajada de Chile en Madrid

Chile y otros países sudamericanos firmaron en abril de 1939 el
tratado del “Derecho al Asilo y al Refugiado” que señalaba: “Toda
divergencia que suscite la aplicación de este tratado será dirimida
por vía diplomática o por un tribunal internacional de justicia”.

Entre 1937 y 1939, la embajada chilena en Madrid acogió a una gran
cantidad de refugiados, tanto franquistas como nacionalistas. Cuando
la capacidad del recinto no fue suficiente para los 700 asilados, las
legaciones de Guatemala y El Salvador colaboraron.

Tras la victoria del bando liderado por Francisco Franco, y con las
tropas nacionales en las calles de Madrid, 17 republicanos se
refugiaron en la embajada. Carlos Morla Lynch, embajador y encargado
de negocios, contactó al general Jordana, quien ejercía como ministro
de RREE, para conseguirles salvoconductos de viaje. Pero la respuesta
fue negativa y el nuevo gobierno ordenó que los refugiados fueran
entregados, ante lo cual la embajada chilena, que se negó, debió
resistir una decena de ataques de los falangistas en busca de sus
enemigos.

Chile recurrió entonces al tratado de Montevideo y todos los países
sudamericanos apoyaron al Gobierno de Pedro Aguirre Cerda en esta
lucha diplomática, que terminó en pelea con los 17 republicanos,
varios de ellos parte de la “Alianza Antifascista de Escritores”,
viajando hacia el nuevo continente.

“Allí estaban los escritores Antonio Aparacio Herrero, Pablo de la
Fuente y Antonio de Lezama, entre otros. Para pasar el tiempo en la
embajada editaron un diario, Cometa, y una revista cultural llamada
Luna, que era semanal, mecanografiada, con artículos a mano sobre
poesía y artículos literarios. Llegaron a sacar 60 ejemplares por día.
Analizaban la situación de España aunque estaba más enfocada a la
literatura que a la política, para no comprometer a la embajada. Lo
increíble es que pese al momento crítico que vivían, el nivel era
excelente”, recuerda Manuel Foncilla.

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