La masacre de Sorman 
por Thierry Meyssan
Thierry  Meyssan nos envía un texto muy diferente a los que acostumbra a  entregarnos. No se trata esta vez del frío análisis de una situación  geopolítica sino que nos relata hechos de los que ha sido testigo. Nos  narra la historia de su amigo Khaled K. Al-Hamedi, una historia de  sangre y de horror con la OTAN como protagonista del regreso a la  barbarie.
Red Voltaire | Tripoli (Libye) | 2 de julio de 2011La  International Organization for Peace, Care and Relief (IOPCR) es una  institución muy activa en países como Argelia, Irán, Sudán y Palestina.  Su trabajo consiste en auxiliar a las víctimas de catástrofes y  conflictos armados. Muchos reconocimientos le ha valido su ejemplar  acción en Gaza y Cisjordania. En esta imagen, Khaled el-Hamedi recibe la  medalla al valor de manos del primer ministro Ismail Haniyeh. También  fue condecorado por Mahmud Abbas. 
Era  una fiesta familiar como tantas otras que se celebran en Libia. Toda la  familia se había reunido para celebrar el tercer cumpleaños del pequeño  Al-Khweldy. Sus abuelos, sus hermanos y hermanas, sus primos y primas  se agolpaban en la propiedad familiar situada en Sorman, 70 kilómetros  al oeste de la capital libia, un amplio terreno donde los miembros de la  familia habían ido construyendo sus casas, pequeñas, sobrias, de un  solo piso.
Sin  lujos superfluos, en un entorno caracterizado por la sencillez de la  gente del desierto, rodeado de un ambiente de calma y unión, el abuelo,  el mariscal Al-Khweldy Al-Hamedi, criaba sus pájaros. Es un héroe de la  Revolución. Participó en el derrocamiento de la monarquía y la  liberación del país de la explotación colonial. Todos están orgullosos  de él. Su hijo, Khaled Al-Hamedi, presidente de la IOPCR, una de las  organizaciones humanitarias más importantes del mundo árabe, criaba  ciervas en aquel mismo lugar. Unos 30 niños correteaban y jugaban en  medio de los animales.
Los  presentes estaban inmersos también en los preparativos de la boda de  Mohamed, hermano de Khaled, que se encontraba en el frente luchando  contra los mercenarios extranjeros dirigidos por la OTAN. La ceremonia  iba a celebrarse en aquel mismo lugar, unos días más tarde. La novia se  veía radiante.
Nadie  se percató de que, entre los invitados, se había infiltrado un espía.  Parecía estar enviando mensajes a sus amigos a través de Twitter. En  realidad, había situado varios dispositivos de referencia dentro de la  propiedad y estaba utilizando la red social para vincularlos al cuartel  general de la OTAN.
Al  día siguiente, en la noche del 19 al 20 de junio de 2011, hacia las  2:30 de la mañana, Khaled está regresando a su casa después de haber  visitado y prestado auxilio a grupos de compatriotas que huían de los  bombardeos de la OTAN. Se halla lo suficientemente cerca de su casa como  para oír el silbido de los misiles y las explosiones.
La  OTAN utilizó en total 8 misiles, de 900 kilogramos cada uno. El espía  había situado en cada una de las casas dispositivos que debían servir de  guía a los misiles, precisamente en las habitaciones de los niños. Los  misiles cayeron en intervalos de unos pocos segundos. Los abuelos  tuvieron tiempo de salir de su casa, pero ya era tarde para salvar a los  hijos y los nietos. Cuando el último misil alcanzó su propia casa, el  mariscal tuvo el reflejo de proteger a su esposa con su cuerpo. Acababan  de pasar la puerta hacia el exterior y la onda expansiva los lanzó a  los dos a unos 15 metros del lugar de la explosión. Los dos  sobrevivieron.
La casa de la familia Al-Hamedi, bombardeada por la OTAN. 
© Franklin Lamb / Red Voltaire 
A  su llegada, Khaled no encuentra más que desolación. La mujer a la que  tanto amó y que portaba un nuevo hijo en su vientre había desaparecido.  Sus hijos, por los que hubiese estado dispuesto a hacer cualquier  sacrificio, murieron despedazados por las explosiones o aplastados por  el derrumbe de los techos.
Cada  una de las casas es ahora un montón de ruinas. Doce cuerpos destrozados  yacen bajo los escombros. Varias ciervas alcanzadas por la metralla  agonizan en su corral.
Los  vecinos que corrieron al lugar buscan en silencio algún signo de vida  entre los escombros. Pero no hay esperanza. Los niños no tenían la más  mínima posibilidad de escapar al impacto de los misiles. Logran  recuperar el cadáver decapitado de un bebé. El abuelo recita el Corán.  Su voz es firme. No llora. El dolor es demasiado profundo.
En  Bruselas, los voceros de la OTAN dicen haber bombardeado la sede de una  milicia favorable a Kadhafi para proteger a la población civil de la  represión del tirano.
Nadie  sabe cómo se planificó aquello en el seno del Comité de Objetivos.  Tampoco se sabe cómo siguió el Estado Mayor el desarrollo de la  operación. La OTAN, sus pulcros generales y sus diplomáticos adeptos del  pensamiento correcto decidieron asesinar a los niños de las familias de  los líderes libios como recurso sicológico para quebrantar su  resistencia.
Khaled Al-Hamedi ante las tumbas de sus hijos y de su esposa. 
© Franklin Lamb / Red Voltaire 
Desde  el siglo XIII, los teólogos y juristas europeos prohíben el asesinato  de familias. Es este un principio de base de la civilización cristiana.  Sólo la mafia ha sido capaz de ignorar ese tabú… la mafia y, ahora, la  OTAN.
El  1º de julio, en momentos en que 1,7 millones de personas participaban  en Trípoli en una manifestación a favor de la defensa de su país contra  la agresión extranjera, Khaled se fue al frente para socorrer a los  heridos y refugiados. Varios francotiradores lo estaban esperando y  trataron de matarlo. Fue gravemente herido pero, según los médicos, ya  está fuera de peligro.
La OTAN no ha terminado su trabajo sucio.
Red Voltaire
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