Testigo de las cargas policiales frente al Ministerio del Interior
Te pido que circules estas  líneas que responden a mi deber ético elemental de dar testimonio sobre  los abusos cometidos por las fuerzas de seguridad hoy 4 de agosto frente  al Ministerio del Interior en Madrid. Lo hago desde mi condición de  defensora de los derechos humanos cuyo ejercicio he buscado honrar en  diferentes lugares del planeta. Lo ocurrido esta noche es un escándalo.  Se ha tratado de un operativo de castigo contra manifestantes pacíficos e  indefensos en el marco de una movilización ciudadana que viene  recorriendo las calles de Madrid tras la ocupación policial de la Puerta  del Sol con el impedimento de la libre circulación de las personas. 
Cabe anotar que desde la ocupación policial de la Puerta del Sol se  venían requiriendo documentos de identidad selectivamente a jóvenes que  respondieran al perfil que las fuerzas de seguridad se han hecho de "los  indignados". Ello lo pude constatar presencialmente. Tras observar  dicha práctica policial (deformación que tengo de investigadora de  abusos de derechos humanos), pedí a los policías en uno de los casos que  pude observar directamente que me respondieran por qué a dicho joven y  no a otras personas les requerían documentos, a lo que respondieron con  malas formas, exigiéndome finalmente a mí identificarme, además de  advertirme de que mi pregunta era un delito. Uno de los policías ensayó  como explicación que a algunos ya los tenían en la mira por haber  participado en las marchas. Con toda la prudencia debida expresé que el  ejercicio de un derecho constitucional no es un delito. Con la mayor  paciencia del mundo procuré informarles que lo que pretendía era que no  cometieran las Fuerzas de Seguridad un delito. Mi rol era de colaborar  con el respeto al Estado de Derecho.  Al parecer un mando recuperó la  cordura y aunque nos obligó a todos a marcharnos, frenó la agresividad  de sus subordinados. 
El día de hoy al medio día, estuve nuevamente en la  Puerta del Sol y pude conversar con algunos policías. Observé su enorme  desconocimiento de los derechos constitucionales y me ofrecí a  aclararles algunos puntos. Alegaban que la constitución española debía  sujetarse a no sé qué leyes (con rimbombancia decían que eran orgánicas)  además de otras disposiciones de la administración. Respondí en el  lenguaje mas pedagógico posible que era al revés. Anoté que no estaban  obligados a acatar órdenes ilegales. Aunque sus rostros expresaban  desconcierto ante mis palabras, ensayaron las respuestas mas insólitas  como que el movimiento de los indignados era de izquierda radical. Desde  luego, desconozco como función de la  policía calificar y perseguir  las ideas, sin embargo al parecer algunos policías no lo ven claro. 
Esta  noche pude constatar qué tan lejos pueden llegar algunos policías  cuando reciben órdenes de cargar contra manifestantes pacíficos. En la  marcha que se detuvo ante el Ministerio del Interior habían además de  jóvenes, un número apreciable de personas mayores y personas con niños.  Acompaño dichas marchas no solo por convicciones personales respecto de  su legitimidad, sino por carácter pacífico, en donde además puedo  encontrar a muchos de mis alumnos universitarios a los que enseño las  normas y mecanismos de los derechos humanos y de los que he aprendido  enormemente. He tenido el privilegio de acompañar a esta generación de  excepción que ha cristalizado un movimiento como el 15M. Nada mas  ilusionante para mí que acompañar a jóvenes que se movilizan con medios  legítimos para hacer los derechos humanos realidad. Nada me hacía  presagiar que la policía cargaría haciendo uso de la fuerza en  forma  totalmente desproporcionada. 
Pese a que los manifestantes coreaban como  forma de protección y autocontención colectiva "No a la Violencia" con  las manos alzadas al cielo, al parecer la suerte ya estaba echada por  parte de las Fuerzas de Seguridad. Al encontrarme en primera línea  frente al despliegue policial procuré hacerles razonar con serenidad de  que no emplearan la violencia. Les hice saber que habían niños pequeños y  personas mayores, incluidas personas discapacitadas. Fue inútil, las  palabras no funcionaban. Me dejaron parada hablando ante sus furgonetas  mientras aporreaban de manera indiscriminada a todos los manifestantes.  Portaban armas para disparar proyectiles de goma. A los que corrían los  perseguían hasta alcanzarlos para darles palizas en el suelo. Impedían  que los sanitarios atendieran a los heridos. Las cargas se sucedieron  para crear terror. Un grupo residual que permanecimos próximos a la  estación de Metro de Colón, vimos y sufrimos con impotencia una última  carga con nuevas personas aporreadas y heridas. Si el descomunal  despliegue de policías ya revestía manifiesta desproporción, la   violencia ejercida contra los manifestantes solo puede ser calificada  como una operación de castigo contra personas indefensas por el solo  hecho de manifestarse. 
Quisiera creer que esto no está sucediendo en  España pero me ha tocado ser testigo presencial y no puedo permanecer  callada. Confío en que la sociedad española exija las responsabilidades  que correspondan. Quien no quiera enterarse de estos hechos, los  pretenda negar o encubrir falseando lo sucedido debe tener presente que  en su opción está su penitencia. El abuso contra los derechos humanos de  una sola persona es una amenaza contra todos. Las campanas doblan y no  parece ser que lo hacen por la próxima visita.  
Giulia Tamayo   
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