Las recetas económicas que se adivinan tras el discurso del PP recuperan el fraude místico de estimular el crecimiento con rebajas fiscales. Con tales pócimas, el país corre el riesgo de una nueva burbuja inmobiliaria
JESÚS MOTA 23/08/2011 Los dirigentes del Partido Popular (PP), procedentes en gran número de sectas católicas de extrema derecha y de la burbuja del ladrillo, ya echan cuentas de las prebendas públicas a su alcance cuando gobierne Mariano Rajoy, ese intelecto aristocrático que se autodestruye cuando entra en contacto con la realidad. El retorno al Gobierno del PP es un acontecimiento que entusiasma a sus afiliados, pero no deja de provocar escalofríos a quien recuerde la gestión de la economía durante los dos mandatos de José María Aznar y eche un vistazo a las fatuas propuestas económicas de Mariano Rajoy. Aznar, soplado con vanidades de estadista, infló una burbuja inmobiliaria que fundamentó el crecimiento en la mano de obra barata hasta que estalló y se llevó por delante más de dos millones de empleos; desmanteló la estructura fiscal del Estado, reduciendo impuestos al buen tuntún solo por creer a pie juntillas en los prospectos de propaganda económica de la extrema derecha de Reagan y Thatcher; oscureció o mutiló estadísticas; privatizó de boquilla empresas públicas con el resultado de que la gestión privada ha degradado sus resultados y cotizaciones respecto de las empresas públicas originales; y dejó para las generaciones venideras otros cadáveres en descomposición, como Aves trazados sobre socavones o arenas movedizas, autopistas radiales en curso de quiebra por los cálculos chapuceros de sus impulsores y un mercado eléctrico en situación de déficit crónico.
Es de temer que el retorno del PP al Gobierno de la nación traiga nuevas raciones de economía vudú y misticismo de garrafón, tipo "el milagro económico soy yo", frase inmortal de José María Aznar para describir una tendencia a la recuperación económica que se explicaba mejor por el descenso de los tipos de interés en España (que él no decidió) y por la relajada política monetaria primigenia en la zona euro. Hay signos ominosos que confirman la vuelta de este tipo de curanderismo económico que tanto gusta a la extrema derecha (en versión republicano estadounidense o en la modalidad thatcherista continental). El primero de estos estigmas es la creencia de que, con solo su presencia en el Gobierno, el santero Rajoy y sus ayudantes expulsarán los demonios del paro y las empresas volverán a crear cientos de miles de empleos. "Cuando gobierna el PSOE, sube el paro; cuando gobierna el PP sube el empleo, y eso volverá a pasar", proclama Rajoy como el que enuncia de carrerilla el principio de Arquímedes. Igual que los súbditos del rey de Francia creían que el roce del manto del monarca curaba las escrófulas, Rajoy sostiene que su aura presidencial acabará con el crash financiero mundial. Los mistagogos populares canturrean por toda España el gorigori "lo hicimos (en 1996) y lo volveremos a hacer".
Aunque no lo proclaman con claridad, se conoce el ungüento que aplicarán para "volver a hacerlo". Los brujos de Génova volverán a La Moncloa con la martingala favorita de la economía vudú: las rebajas de impuestos no solo multiplican la recaudación; también impulsan la actividad económica y crean empleo. Apoyados en las curvas de Laffer y demás cacharrería neoliberal de los ochenta, hoy mandada retirar, el PP destruyó gran parte del tejido fiscal durante sus ocho años de Gobierno; con los mismos artilugios y redomas, los nuevos milagreros, como Cospedal en Castilla-La Mancha o Aguirre en Madrid pretenden crear empleo; y los mismos tenderetes se abrirán en los ministerios económicos del predicador silbante Rajoy (si gana las elecciones). Una vez aplicada la poción mágica de Panoramix, los puestos de trabajo florecerán como setas después de la lluvia.
Véase una prueba práctica del modelo de santería económica que gusta entre los linces económicos del PP. La presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, ha anunciado públicamente su intención (por cierto, delante del constructor Florentino Pérez) de sacar a subasta suelo público industrial para que se instalen nuevas empresas en la región. "La idea es eliminar las cargas del suelo, para abaratar la urbanización. No queremos hacer negocio con esto". Cierto, la Administración madrileña no hará negocio con su suelo industrial (más de ocho millones de metros cuadrados); lo harán quienes lo compren a bajo precio, sin que exista garantía alguna del destino de ese suelo. Rajoy camina por la misma senda. En la campaña electoral de las autonómicas, anunció que rebajará el impuesto de sociedades del 30% al 20% y el IVA para el sector turístico. "El país no está para bromas", dijo sin asomo de ironía. ¿Y no es una broma bajar un impuesto cuyo tipo efectivo de cotización apenas llega al 10%?
Pero tanto la enfática declaración ("sabemos lo que hay que hacer") que el portavoz González Pons suele declamar con el tono monocorde del abducido por una secta destructiva, como la pócima milagrosa con la que pretenden hacerlo, son un fraude. El PP no dispone de una política económica más efectiva que la actual. La política económica pactada con Bruselas consiste en la fijación de un objetivo fundamental (un plan de reducción del déficit hasta el 3% en 2013) y la definición de los instrumentos para conseguir ese objetivo (reducción del gasto público estatal y autonómico, quizá aumentos de impuestos, reforma para recapitalizar las entidades financieras). El vudú fiscal del PP es contradictorio con las exigencias de esa política económica obligada por la solvencia exterior de España. No existen resortes fiscales eficaces para recuperar la actividad, se vistan con el ropaje verbal de "rebaja selectiva" de impuestos para las pequeñas y medianas empresas o como una reducción de otros tributos, sean IVA o renta. Un análisis de la Fundación de las Cajas de Ahorros (Funcas) explicaba que el coste recaudatorio de las rebajas en el IRPF necesarias para impulsar el crecimiento hasta el 2,5% del PIB (el umbral aproximado para crear empleo neto) tendría un coste recaudatorio de unos 25.000 millones. Ningún Gobierno en su sano juicio osaría reducir los ingresos del Estado; y menos de esa intensidad.
Los supuestos estímulos a través de otros impuestos resultarían igualmente delirantes. Las rebajas del impuesto sobre sociedades carecen de efectos reales sobre las decisiones de los empresarios. Y si el as que se guarda Rajoy bajo la manga es una recuperación de la deducción fiscal por la compra de vivienda, que se sepa que con una decisión tan errónea estaría inflando una nueva burbuja inmobiliaria y la economía española quedaría condenada durante otro lustro al menos a crecer sobre la mano de obra barata. El país debería renunciar a un patrón de crecimiento industrial o tecnológico y volver al ladrillo querido por los especuladores y corruptos en las Administraciones locales y autonómicas.
Con estas intenciones de partida, un Gobierno del PP (si gana las elecciones) estará obligado a practicar una divertida esquizofrenia política. La cara real de la política económica será similar a la actual. Pero, para explicar la distancia sideral entre los decepcionantes resultados de los elixires mágicos que generan "confianza y empleo", y la descarnada realidad de un 2012 con bajo crecimiento y una tasa de paro que se resistirá a bajar, los santeros de Génova disponen de otras dos recetas fraudulentas: la "herencia recibida", que ya adelantan "será la peor de la democracia" (bellaco eslogan viniendo de quien viene) y lo que podríamos denominar, siguiendo la definición de la prosa estomagante de Francisco Umbral hecha por Juan Marsé, política del sonajero. Igual que se distrae a los niños con el sonsonete del sonajero, con luces de colores y chucherías, el PP entretendrá a la ciudadanía con grandes aspavientos ministeriales y la glosa permanente de las disposiciones milagrosas mencionadas. Se aprobarán "paquetes económicos definitivos", con liberalizaciones de papel y estímulos de cartón piedra como los mencionados, muy sonoros, pero ineficaces. Proliferarán las declaraciones de (falsa) austeridad y se anunciarán recortes triviales de gasto público. Volverá la contabilidad creativa. Cualquier mejora en la EPA o en la Contabilidad Nacional será saludada, desde los boletines económicos del ministerio hasta las páginas de la prensa adicta, como prueba irrefutable del éxito del vudú popular. Y multitud de simposios glosarán las novedades de la política económica.
En resumen, lucirán mucho, arreglarán poco o nada y estropearán bastante. Y la ciudadanía, entretenida con el sonajero.
Es de temer que el retorno del PP al Gobierno de la nación traiga nuevas raciones de economía vudú y misticismo de garrafón, tipo "el milagro económico soy yo", frase inmortal de José María Aznar para describir una tendencia a la recuperación económica que se explicaba mejor por el descenso de los tipos de interés en España (que él no decidió) y por la relajada política monetaria primigenia en la zona euro. Hay signos ominosos que confirman la vuelta de este tipo de curanderismo económico que tanto gusta a la extrema derecha (en versión republicano estadounidense o en la modalidad thatcherista continental). El primero de estos estigmas es la creencia de que, con solo su presencia en el Gobierno, el santero Rajoy y sus ayudantes expulsarán los demonios del paro y las empresas volverán a crear cientos de miles de empleos. "Cuando gobierna el PSOE, sube el paro; cuando gobierna el PP sube el empleo, y eso volverá a pasar", proclama Rajoy como el que enuncia de carrerilla el principio de Arquímedes. Igual que los súbditos del rey de Francia creían que el roce del manto del monarca curaba las escrófulas, Rajoy sostiene que su aura presidencial acabará con el crash financiero mundial. Los mistagogos populares canturrean por toda España el gorigori "lo hicimos (en 1996) y lo volveremos a hacer".
Aunque no lo proclaman con claridad, se conoce el ungüento que aplicarán para "volver a hacerlo". Los brujos de Génova volverán a La Moncloa con la martingala favorita de la economía vudú: las rebajas de impuestos no solo multiplican la recaudación; también impulsan la actividad económica y crean empleo. Apoyados en las curvas de Laffer y demás cacharrería neoliberal de los ochenta, hoy mandada retirar, el PP destruyó gran parte del tejido fiscal durante sus ocho años de Gobierno; con los mismos artilugios y redomas, los nuevos milagreros, como Cospedal en Castilla-La Mancha o Aguirre en Madrid pretenden crear empleo; y los mismos tenderetes se abrirán en los ministerios económicos del predicador silbante Rajoy (si gana las elecciones). Una vez aplicada la poción mágica de Panoramix, los puestos de trabajo florecerán como setas después de la lluvia.
Véase una prueba práctica del modelo de santería económica que gusta entre los linces económicos del PP. La presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, ha anunciado públicamente su intención (por cierto, delante del constructor Florentino Pérez) de sacar a subasta suelo público industrial para que se instalen nuevas empresas en la región. "La idea es eliminar las cargas del suelo, para abaratar la urbanización. No queremos hacer negocio con esto". Cierto, la Administración madrileña no hará negocio con su suelo industrial (más de ocho millones de metros cuadrados); lo harán quienes lo compren a bajo precio, sin que exista garantía alguna del destino de ese suelo. Rajoy camina por la misma senda. En la campaña electoral de las autonómicas, anunció que rebajará el impuesto de sociedades del 30% al 20% y el IVA para el sector turístico. "El país no está para bromas", dijo sin asomo de ironía. ¿Y no es una broma bajar un impuesto cuyo tipo efectivo de cotización apenas llega al 10%?
Pero tanto la enfática declaración ("sabemos lo que hay que hacer") que el portavoz González Pons suele declamar con el tono monocorde del abducido por una secta destructiva, como la pócima milagrosa con la que pretenden hacerlo, son un fraude. El PP no dispone de una política económica más efectiva que la actual. La política económica pactada con Bruselas consiste en la fijación de un objetivo fundamental (un plan de reducción del déficit hasta el 3% en 2013) y la definición de los instrumentos para conseguir ese objetivo (reducción del gasto público estatal y autonómico, quizá aumentos de impuestos, reforma para recapitalizar las entidades financieras). El vudú fiscal del PP es contradictorio con las exigencias de esa política económica obligada por la solvencia exterior de España. No existen resortes fiscales eficaces para recuperar la actividad, se vistan con el ropaje verbal de "rebaja selectiva" de impuestos para las pequeñas y medianas empresas o como una reducción de otros tributos, sean IVA o renta. Un análisis de la Fundación de las Cajas de Ahorros (Funcas) explicaba que el coste recaudatorio de las rebajas en el IRPF necesarias para impulsar el crecimiento hasta el 2,5% del PIB (el umbral aproximado para crear empleo neto) tendría un coste recaudatorio de unos 25.000 millones. Ningún Gobierno en su sano juicio osaría reducir los ingresos del Estado; y menos de esa intensidad.
Los supuestos estímulos a través de otros impuestos resultarían igualmente delirantes. Las rebajas del impuesto sobre sociedades carecen de efectos reales sobre las decisiones de los empresarios. Y si el as que se guarda Rajoy bajo la manga es una recuperación de la deducción fiscal por la compra de vivienda, que se sepa que con una decisión tan errónea estaría inflando una nueva burbuja inmobiliaria y la economía española quedaría condenada durante otro lustro al menos a crecer sobre la mano de obra barata. El país debería renunciar a un patrón de crecimiento industrial o tecnológico y volver al ladrillo querido por los especuladores y corruptos en las Administraciones locales y autonómicas.
Con estas intenciones de partida, un Gobierno del PP (si gana las elecciones) estará obligado a practicar una divertida esquizofrenia política. La cara real de la política económica será similar a la actual. Pero, para explicar la distancia sideral entre los decepcionantes resultados de los elixires mágicos que generan "confianza y empleo", y la descarnada realidad de un 2012 con bajo crecimiento y una tasa de paro que se resistirá a bajar, los santeros de Génova disponen de otras dos recetas fraudulentas: la "herencia recibida", que ya adelantan "será la peor de la democracia" (bellaco eslogan viniendo de quien viene) y lo que podríamos denominar, siguiendo la definición de la prosa estomagante de Francisco Umbral hecha por Juan Marsé, política del sonajero. Igual que se distrae a los niños con el sonsonete del sonajero, con luces de colores y chucherías, el PP entretendrá a la ciudadanía con grandes aspavientos ministeriales y la glosa permanente de las disposiciones milagrosas mencionadas. Se aprobarán "paquetes económicos definitivos", con liberalizaciones de papel y estímulos de cartón piedra como los mencionados, muy sonoros, pero ineficaces. Proliferarán las declaraciones de (falsa) austeridad y se anunciarán recortes triviales de gasto público. Volverá la contabilidad creativa. Cualquier mejora en la EPA o en la Contabilidad Nacional será saludada, desde los boletines económicos del ministerio hasta las páginas de la prensa adicta, como prueba irrefutable del éxito del vudú popular. Y multitud de simposios glosarán las novedades de la política económica.
En resumen, lucirán mucho, arreglarán poco o nada y estropearán bastante. Y la ciudadanía, entretenida con el sonajero.
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