27 octubre 2011 Berliner Zeitung Berlín
 
El falso recate del euro
A los políticos europeos les gustaría celebrar 
como históricos los acuerdos alcanzados en la cumbre del 26 de octubre. 
Pero la crisis del euro todavía se quedará un tiempo más haciéndonos 
compañía, puesto que la paradoja básica – que los Estados quieren 
comprar la confianza de los inversores con un dinero que no tienen – 
sigue ocupando la primera plana.  
        
                  
 
                
        
Quienes hayan cogido cariño a la crisis del euro no tiene 
nada que temer: continuará durante un tiempo. Ni siquiera las decisiones
 de la última cumbre europea conseguirán que desaparezca. Por un lado, 
quienes culpan a los políticos de la crisis tienen razón. Por el otro, 
no quieren reconocer que los políticos están lidiando con la gran 
contradicción del mundo real, que escapa a la lógica del propio sistema y
 que no puede dejarse de lado tan fácilmente.
El punto de partida es descubrir que los Estados de
 la eurozona tienen una deuda excesiva. Éste es el veredicto emitido por
 los acreedores de los Estados, los mercados financieros, en virtud de 
sus rígidos criterios aplicables a las inversiones: seguridad y 
reembolso.
Los Estados han tomado prestado mucho, pero también
 se puede mirar desde el otro lado y asegurar que los mercados 
financieros han prestado también demasiado. Esto no es para echar la 
culpa a los inversores, sino para señalar el problema subyacente: las 
deudas de los Estados son los activos de los bancos, las compañías 
aseguradoras y los fondos. La riqueza financiera del mundo consiste en 
una gran medida en las promesas de pago de los Gobiernos, y lo que ahora
 se está poniendo en duda es la validez de dichas promesas. Lo que 
realmente significa es que los mercados financieros han acumulado 
demasiada deuda soberana. Resumiendo, tienen demasiado capital en su 
poder – una cantidad excesiva para poder convertirlo en efectivo que 
pueda circular.
La solución del capitalismo: la devaluación
Estas situaciones se dan frecuentemente en el 
capitalismo. También con cierta periodicidad la industria produce bienes
 que no puede vender. La solución a este problema sigue siendo la misma:
 devaluación, lo que conlleva la venta o la destrucción de bienes y 
fábricas. En la crisis actual, sin embargo, lo que se debe evitar es 
precisamente la devaluación, puesto que una quita a gran escala del 
capital financiero supondría empujar hacia el abismo a los Estados y a 
los bancos. El temido "contagio" es el nombre de la amenaza que se 
seguirá cerniendo sobre nosotros mientras los mercados financieros lo 
teman. 
Para apaciguar a los mercados, los políticos están 
apresurándose para adoptar otra solución. Por una parte, están alentando
 programas radicales de austeridad en los países, para que vuelvan a 
estar en condiciones y puedan ser viables como zonas de inversión, y 
para que la deuda pública nacional acumulada sea de nuevo sólida. Lo 
están haciendo para asegurar a los prestamistas indecisos que sus 
inversiones están garantizadas – a pesar de que los propios garantes son
 precisamente aquellos cuya solvencia está siendo puesta en entredicho. Y
 así, con un dinero que no tienen, se supone que los Gobiernos 
rescatarán Estados, apoyarán a los bancos y comprarán el retorno de la 
confianza en su influencia financiera.
El círculo vicioso de la desconfianza
Esta contradicción está sobre la mesa desde hace 
meses. La crisis de confianza está transformándose en un círculo vicioso
 que probablemente solo pueda romperse a corto plazo si el Banco Central
 Europeo da un paso al frente y se establece como garante. Puesto que 
únicamente el BCE, en teoría, puede distribuir cantidades ilimitadas. 
Concretamente, el rechazo que Alemania manifiesta hacia la posibilidad 
de que se permita al BCE desempeñar su papel deriva de la esperanza de 
que se pueda superar la crisis sin tener que recurrir a esta 'opción 
nuclear'. 
Por eso, a través de recortes más duros, la quita 
de Grecia, el incremento de las reservas de capital de los bancos y el 
refuerzo del FEEF se pretende reinstaurar la confianza en la solvencia 
de Europa. Es incierto que vaya a funcionar de ese modo. Lo más probable
 es que cada uno de estos pasos agudice aún un poco más la desconfianza.
Porque al realizar una quita de la deuda, los 
políticos están revisando su postura anterior en la que los programas de
 austeridad estaban funcionando. La recapitalización de los bancos 
contradice su convicción anterior de que el sistema bancario era lo 
suficientemente fuerte. Al autorizar al FEEF a apoyar a los bancos, 
están renunciando a su propia convicción de que la recapitalización era 
suficiente por sí misma para proteger a los bancos de la crisis. Al 
ampliar el FEEF, están yendo contra su propio juicio de que la crisis 
era un problema que concernía únicamente a algunos estados pequeños que 
no sabían llevar bien sus libros de cuentas. Al ampliar el FEEF hasta 
alcanzar miles de millones, están refutando su afirmación de que la 
eurozona está finalmente fuera de peligro. 
Y con la disputa abierta acerca del coste del 
rescate del euro, con preocupaciones acerca de los eurobonos y ante 
cualquier participación de mayor calado del BCE, con las ceñidas 
restricciones en relación a las medidas de ayuda – es decir, con las 
condiciones de acceso a las mismas continuamente endurecidas- están 
menoscabando el rescate, están contradiciendo su propia afirmación de 
tratar de hacer todo lo posible, sin ninguna cortapisa, para salvar el 
euro.
 
El falso recate del euro
A los políticos europeos les gustaría celebrar 
como históricos los acuerdos alcanzados en la cumbre del 26 de octubre. 
Pero la crisis del euro todavía se quedará un tiempo más haciéndonos 
compañía, puesto que la paradoja básica – que los Estados quieren 
comprar la confianza de los inversores con un dinero que no tienen – 
sigue ocupando la primera plana.  
        
                  
Quienes hayan cogido cariño a la crisis del euro no tiene 
nada que temer: continuará durante un tiempo. Ni siquiera las decisiones
 de la última cumbre europea conseguirán que desaparezca. Por un lado, 
quienes culpan a los políticos de la crisis tienen razón. Por el otro, 
no quieren reconocer que los políticos están lidiando con la gran 
contradicción del mundo real, que escapa a la lógica del propio sistema y
 que no puede dejarse de lado tan fácilmente.
El punto de partida es descubrir que los Estados de
 la eurozona tienen una deuda excesiva. Éste es el veredicto emitido por
 los acreedores de los Estados, los mercados financieros, en virtud de 
sus rígidos criterios aplicables a las inversiones: seguridad y 
reembolso.
Los Estados han tomado prestado mucho, pero también
 se puede mirar desde el otro lado y asegurar que los mercados 
financieros han prestado también demasiado. Esto no es para echar la 
culpa a los inversores, sino para señalar el problema subyacente: las 
deudas de los Estados son los activos de los bancos, las compañías 
aseguradoras y los fondos. La riqueza financiera del mundo consiste en 
una gran medida en las promesas de pago de los Gobiernos, y lo que ahora
 se está poniendo en duda es la validez de dichas promesas. Lo que 
realmente significa es que los mercados financieros han acumulado 
demasiada deuda soberana. Resumiendo, tienen demasiado capital en su 
poder – una cantidad excesiva para poder convertirlo en efectivo que 
pueda circular.
La solución del capitalismo: la devaluación
Estas situaciones se dan frecuentemente en el 
capitalismo. También con cierta periodicidad la industria produce bienes
 que no puede vender. La solución a este problema sigue siendo la misma:
 devaluación, lo que conlleva la venta o la destrucción de bienes y 
fábricas. En la crisis actual, sin embargo, lo que se debe evitar es 
precisamente la devaluación, puesto que una quita a gran escala del 
capital financiero supondría empujar hacia el abismo a los Estados y a 
los bancos. El temido "contagio" es el nombre de la amenaza que se 
seguirá cerniendo sobre nosotros mientras los mercados financieros lo 
teman. 
Para apaciguar a los mercados, los políticos están 
apresurándose para adoptar otra solución. Por una parte, están alentando
 programas radicales de austeridad en los países, para que vuelvan a 
estar en condiciones y puedan ser viables como zonas de inversión, y 
para que la deuda pública nacional acumulada sea de nuevo sólida. Lo 
están haciendo para asegurar a los prestamistas indecisos que sus 
inversiones están garantizadas – a pesar de que los propios garantes son
 precisamente aquellos cuya solvencia está siendo puesta en entredicho. Y
 así, con un dinero que no tienen, se supone que los Gobiernos 
rescatarán Estados, apoyarán a los bancos y comprarán el retorno de la 
confianza en su influencia financiera.
El círculo vicioso de la desconfianza
Esta contradicción está sobre la mesa desde hace 
meses. La crisis de confianza está transformándose en un círculo vicioso
 que probablemente solo pueda romperse a corto plazo si el Banco Central
 Europeo da un paso al frente y se establece como garante. Puesto que 
únicamente el BCE, en teoría, puede distribuir cantidades ilimitadas. 
Concretamente, el rechazo que Alemania manifiesta hacia la posibilidad 
de que se permita al BCE desempeñar su papel deriva de la esperanza de 
que se pueda superar la crisis sin tener que recurrir a esta 'opción 
nuclear'. 
Por eso, a través de recortes más duros, la quita 
de Grecia, el incremento de las reservas de capital de los bancos y el 
refuerzo del FEEF se pretende reinstaurar la confianza en la solvencia 
de Europa. Es incierto que vaya a funcionar de ese modo. Lo más probable
 es que cada uno de estos pasos agudice aún un poco más la desconfianza.
Porque al realizar una quita de la deuda, los 
políticos están revisando su postura anterior en la que los programas de
 austeridad estaban funcionando. La recapitalización de los bancos 
contradice su convicción anterior de que el sistema bancario era lo 
suficientemente fuerte. Al autorizar al FEEF a apoyar a los bancos, 
están renunciando a su propia convicción de que la recapitalización era 
suficiente por sí misma para proteger a los bancos de la crisis. Al 
ampliar el FEEF, están yendo contra su propio juicio de que la crisis 
era un problema que concernía únicamente a algunos estados pequeños que 
no sabían llevar bien sus libros de cuentas. Al ampliar el FEEF hasta 
alcanzar miles de millones, están refutando su afirmación de que la 
eurozona está finalmente fuera de peligro. 
Y con la disputa abierta acerca del coste del 
rescate del euro, con preocupaciones acerca de los eurobonos y ante 
cualquier participación de mayor calado del BCE, con las ceñidas 
restricciones en relación a las medidas de ayuda – es decir, con las 
condiciones de acceso a las mismas continuamente endurecidas- están 
menoscabando el rescate, están contradiciendo su propia afirmación de 
tratar de hacer todo lo posible, sin ninguna cortapisa, para salvar el 
euro.
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