The Nation/ICH
Traducido para Rebelión por Germán Leyens |
Tuve el honor deque me invitaran a hablar en Ocupad Wall Street
el jueves por la noche. Ya que la megafonía está (lamentablemente)
prohibida y todo lo que dije tuvieron que repetirlo cientos de personas
para que otros lo pudieran oír (es decir “un micrófono humano”), lo que
realmente dije en la Plaza de la Libertad tuvo que ser muy breve. Por
ello, lo que sigue, es una versión más larga, completa, del
discurso.
Os amo.
Y no lo dije solo para que
cientos de vosotros griten “te amamos” de vuelta, aunque obviamente es
una posibilidad adicional del micrófono humano. Decid a los demás lo que
quieres que te digan a ti, solo que más fuerte.
Ayer, uno de los oradores en el mitin de los trabajadores dijo:
“Nos encontramos los unos a los otros”. Ese sentimiento captura la
belleza de lo que se está creando aquí. Un espacio totalmente abierto
(así como una idea tan grande que no se puede contener en ningún
espacio) para toda la gente que quiere un mundo mejor para encontrarse
los unos con los otros. Estamos tan agradecidos.
Si hay una cosa que yo sé es que el 1% adora las crisis. Cuando la
gente se deja llevar por el pánico, está desesperada y nadie parece
saber qué hacer, es el momento ideal para que las corporaciones impongan
su lista de deseos de políticas favorables: privatizar la educación y
la seguridad social, recortar los servicios públicos, librarse de las
últimas restricciones al poder corporativo. En medio de la crisis
económica, es lo que está pasando en todo el mundo.
Y sólo hay
una cosa que puede bloquear esta táctica, y por suerte, es algo muy
grande: El 99%. Y ese 99% está saliendo a las calles, de Madison a
Madrid, para decir “No. No pagaremos vuestra crisis”.
La consigna comenzó en Italia en 2008. Repercutió en Grecia,
Francia e Irlanda y finalmente ha llegado al kilómetro cuadrado en el
que comenzó la crisis.
“¿Por qué están protestando?” preguntan
los eruditos perplejos en la televisión. Mientras tanto el resto del
mundo pregunta: “¿Qué hizo que tardaran tanto?” “Nos hemos estado
preguntando cuándo ibais a mostrar la cara”. Y sobre todo:
“Bienvenidos”.
Mucha gente ha hecho paralelos entre ¡Ocupad Wall Street! y las
llamadas protestas contra la
globalización que atrajeron la atención del mundo en Seattle en 1999.
Fue la última vez que un movimiento descentralizado, global, encabezado
por la juventud, apuntó directamente al poder corporativo. Y estoy
orgullosa de haber formado parte de lo que llamamos “el movimiento de
movimientos”.
Pero también hay diferencias importantes. Por ejemplo, escogimos
cumbres como nuestros objetivos: la Organización Mundial de Comercio, el
Fondo Monetario Internacional, el G8. Las cumbres son pasajeras por
naturaleza, solo duran una semana. Eso también nos hizo ser pasajeros.
Aparecíamos, llegábamos a los titulares del mundo y luego
desaparecíamos. Y en el frenesí de hiperpatriotismo y militarismo que
vinieron después de los ataques del 11-S, fue fácil hacernos desaparecer
completamente, por lo menos en Estados Unidos.
¡Ocupad Wall Street!, por otra parte, ha elegido un objetivo fijo. Y
no habéis fijado una fecha final a
vuestra presencia aquí. Es sabio. Solo si os quedáis podéis echar
raíces. Es crucial. Es un hecho de la edad de la información que
demasiados movimientos aparecen como hermosas flores pero mueren
rápidamente. Es porque no tienen raíces. Y no tienen planes a largo
plazo de cómo se van a mantener. Por lo tanto, cuando llegan las
tormentas, son arrastrados por la corriente.
Ser horizontal y profundamente democrático es maravilloso. Pero
esos principios son compatibles con la dura tarea de construir
estructuras e instituciones suficientemente robustas para resistir las
tormentas del futuro. Tengo mucha fe en que esto ocurra.
Otra cosa que este movimiento hace bien: Os habéis comprometido con
la no violencia. Os habéis negado a regalar a los medios las imágenes
de ventanas rotas y luchas callejeras que ansían con tanta
desesperación. Y esa tremenda disciplina ha significado que, una y otra
vez, la historia ha sido la
escandalosa y no provocada brutalidad policial. De la que vimos aún más
anoche. Mientras tanto, el apoyo a este movimiento crece cada vez más.
Más sabiduría.
Pero la mayor diferencia con hace una década es
que en 1999 enfrentábamos al capitalismo en el clímax de un frenético
auge económico. El desempleo era bajo, los portafolios de acciones se
inflaban. Los medios estaban ebrios de dinero fácil. En aquel entonces
todo tenía que ver con puestas en marcha, no con cierres.
Señalamos que la desregulación detrás del frenesí tenía un precio.
Era dañina para los estándares laborales. Era dañina para los estándares
medioambientales. Las corporaciones se convertían en más poderosas que
los gobiernos y eso es dañino para nuestras democracias. Pero, para ser
honesta, durante la buena racha era difícil enfrentarse a un sistema
económico basado en la codicia, por lo menos en los países ricos.
Diez años
después, parece que ya no hay países ricos. Solo un montón de gente
rica. Gente que se enriqueció saqueando la riqueza pública y agotando
los recursos naturales de todo el mundo.
Lo importante es que
hoy todos pueden ver que el sistema es profundamente injusto y que
pierde el control. La codicia ilimitada ha arruinado la economía global.
Y también está arruinando el mundo natural. Estamos agotando las
reservas de pesca, contaminando el agua con fracturación y perforaciones
en aguas profundas, volviéndonos hacia las formas más sucias de energía
del planeta, como las arenas petroleras de Alberta. Y la atmósfera no
puede absorber la cantidad de carbono que estamos descargando, creando
un calentamiento peligroso. La nueva norma son los desastres en serie:
económicos y ecológicos.
Son los hechos sobre el terreno. Son tan flagrantes, tan obvios,
que es mucho más fácil encontrar una conexión con el público de lo que
era
en 1999; construir rápidamente el movimiento.
Todos sabemos, o
por lo menos sentimos, que el mundo está cabeza abajo: actuamos como si
no hubiera fin para lo que realmente es finito, combustibles fósiles y
el espacio atmosférico para absorber sus emisiones. Y actuamos como si
existieran límites estrictos e inconmovibles para lo que en realidad
existe en abundancia, los recursos financieros para construir el tipo de
sociedad que necesitamos.
La tarea de nuestros tiempos es invertir esta tendencia: cuestionar
esa falsa escasez. Insistir en que podemos permitirnos la construcción
de una sociedad decente, inclusiva, mientras al mismo tiempo respetamos
los límites reales de lo que puede aguantar la tierra.
Lo que significa el cambio climático es que tenemos un plazo. Esta
vez nuestro movimiento no se puede distraer, dividirse, apagarse o
dejarse barrer por los eventos. Esta vez tenemos que tener éxito. Y no
hablo de
regular los bancos o aumentar los impuestos a los ricos, aunque es
importante.
Hablo de cambiar los valores subyacentes que
gobiernan nuestra sociedad. Es difícil de ajustar a una sola demanda
fácil para los medios, y también cuesta imaginar cómo hacerlo. Pero no
es menos urgente por que sea difícil.
Es lo que veo que sucede en esta plaza. En la forma en que os
alimentáis, en cómo os animáis unos a otros compartiendo libremente la
información y suministrando atención sanitaria, clases de meditación y
capacitación en empoderamiento. Mi letrero favorito de este lugar dice
“Eres importante”. En una cultura que entrena a la gente para que evite
la mirada del otro, para decir “que se mueran”, es una declaración
profundamente radical.
Unos pocos pensamientos para terminar. En esta gran lucha, hay algunas cosas que no importan:
- Lo que llevamos puesto.
- Si alzamos nuestros puños o hacemos señales por la paz.
- Si podemos ajustar nuestros sueños de un mundo mejor a una señal de audio.
Y hay algunas cosas que importan:
- Nuestra valentía.
- Nuestra actitud moral.
- Cómo nos tratamos unos a otros.
Hemos buscado el
enfrentamiento con las fuerzas económicas y políticas más poderosas del
planeta. Da miedo. Y a medida que este movimiento crezca cada vez más
fuerte, se hará más temible. Siempre hay que ser consciente de que
existirá una tentación de pasar a objetivos más pequeños, como, digamos,
la persona sentada junto a ti en esta reunión. Después de todo, es una
batalla que es más fácil de ganar.
No hay que ceder a la tentación. No digo que no podamos hablar
sobre nuestras debilidades personales. Pero esta vez tratémonos como si
tuviéramos la intención de trabajar codo con codo en la lucha durante
muchos, muchos años. Porque la tarea que tenemos por
delante no exigirá nada menos.
Tratemos este hermoso movimiento como la cosa más importante del mundo. Porque lo es. Realmente lo es.
Nota del editor: El discurso de Naomi también apareció en el Wall Street Journal Ocupado.
Naomi Klein es una periodista galardonada, columnista publicada
en numerosos periódicos y autora del éxito de ventas internacional del New York Times, La doctrina del shock: El auge del capitalismo del desastre (septiembre de 2007); y de un éxito de ventas internacional anterior: No logo: El poder de las marcas; y de la colección: Vallas y Ventanas: Despachos desde las trincheras del debate sobre la globalización (2002). Lea más en Naomiklein.org. La puede seguir en Twitter: @naomiaklein
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